Capítulo 8: Astor y el Bosque
de Eria.
¿Qué hora sería? Solo sabía que me dolía todo el cuerpo del
sobreesfuerzo de ayer. Estaba terriblemente cansada, pero era incapaz de estar
un minuto más en la cama. Necesitaba despejarme de alguna manera. Miré el reloj
de la mesilla, eran las dos de la tarde. Genial, que tarde era. Me pasé la mano
por el pelo intentando organizarlo un poco, hasta que la única manera de
controlarlo fue colocarme los mechones rebeldes detrás de la oreja. Con un
suspiro, me levanté y me coloqué en frente de la enorme ventana que daba a la
terraza, dejé que los rayos del sol acariciaran mi piel y salí al exterior para
airearme un poco, seguro que eso me sentaba maravillosamente bien. Ahora pude
comprobar, mejor que días antes, el paisaje que se alzaba ante mí. Es verdad
que se seguían viendo las pirámides, pero me habían pasado totalmente
inadvertidos un jardincito justo al pie de la torre, por donde subían
enredaderas juguetonas por la pared cubiertas de hermosas flores, y dos bosques
que crecían a ambos extremos del camino que surgía desde el jardín hasta la
lejanía. Me picaba muchísimo la curiosidad, sobre todo me llamaba la atención
el bosque de mi izquierda, juraría que había visto antes esas hojas ligeras y
danzarinas al son del viento. Quizás… No era hora de preocuparme por esas cosas,
ya tendría tiempo después después de desayunar o casi comer. Me vestí
rápidamente con una camiseta básica de color violeta a juego con las sandalias
y unos pitillos oscuros. Esta vez, también me tentó ponerme como complemento el
reloj de arena, así que decidí llevarlo conmigo.
Con un paso algo lento llegué por fin al salón. Había sido
la primera en levantarme, siempre pasaba lo mismo. Retuve una sonrisita y me
puse manos a la obra en la cocina. Por si acaso querían comer pronto solo tomé
un café para despertarme del todo. Como de costumbre mi mente se fue a otro
mundo y casi se derrama el café por el suelo cuando empezó a vibrar el busca,
me lo había dejado olvidado en la mesita de café, y no había reparado en él.
Terminé el café y lo cogí, había un mensaje nuevo, ese cacharro hacía de todo,
un día de estos tenía que probar todo lo que podía realizar. Era un mensaje de
Zac, requería nuestra presencia en su torre-despacho, tenía que contarnos algo
urgente.
Vale. ¿Cómo hacía para despertar a los chicos? ¿Entraba en
sus habitaciones y los sacaba a rastras de la cama? ¿Quedaría un poco
descarado? Por toda respuesta, Brad salió de su dormitorio. Uno menos.
– ¡Brad! Acabo de recibir un mensaje de Zac, quiere que
vayamos a verle.
– ¿No podría esperar hasta que estuviésemos en condiciones?
Me duele un montón la cabeza.
– Ven aquí, quizás puedo aliviarte un poco.
Corrí hasta el final de su escalera, donde me esperaba.
Coloqué mis manos sobre sus sienes, y deseé que mi don respondiera a mí y
curara esos restos de fiesta. No pasó mucho hasta que un silbido de aire llegó
a mis oídos y acariciaban a Brad.
– ¿Cómo has hecho eso?
– Hace tiempo que descubrí que podía curar.
– Alucinante… Ya puedo pensar con más claridad. ¿Te ha dicho
de lo que nos quería hablar?
Negué con la cabeza. Brad dudó un momento y después nos
encaminamos a las habitaciones restantes. El cuarto de Deborah era tan
increíble como los demás. Las paredes estaban pintadas de colores rojos y
granates, con ligeras pinceladas de negro. Tal cómo nos comentó, tenía una
enorme chimenea donde el fuego crepitaba alegremente y dibujaba formas de
animales, flores… Tenía vida. La cama era preciosa, como las típicas de las leyendas
de la Edad Media, con un bonito dosel y bastante alta, tanto que se necesitaba
dar un pequeño salto para subirse. La despertamos lo más suave que pudimos. Al
principio mostraba una cara de desconcierto al vernos allí, pero cuando se
despejó un poco, le contamos los planes y dijo que en seguida bajaba, en cuanto
terminase de cambiarse.
El despertar de Ami fue mucho más divertido.
– ¡Lena! ¡Brad! ¡¿Qué demonios…?! Lena aún puede estar aquí,
pero no me digas que tú has venido solo para despertarme, seguro que me estabas
observando mientras dormía. Menudo descarado…
– ¿Perdona? Cómo si alguien quisiese mirarte, sería todo un
suplicio sobre todo porque no parabas de roncar.
– ¡Eso te lo estás inventando! ¿Crees que una dulce dama
como yo puede roncar?
– Tú no eres dulce, yo diría que eres más salada.
– Pues por lo menos tengo salero, no cómo otros…
Brad, algo mosqueado, tiró de las sábanas y las arrancó de
la cama.
– ¡¿Pero qué haces?!
– Venga, levántate. Tenemos algo urgente que hacer y sólo
faltaría que nos retrasáramos por tu culpa.
– Lena, dile a este pervertido que me deje en paz, que en
seguida estoy lista.
– ¡¿Pervertido?! ¡Mira quién habla! La que me ponía ojitos
dulces ayer…
– ¡¿Cuándo te he puesto ojitos?! ¡Lo quiero por escrito y
firmado por un testigo!
Los dos emitieron un bufido y se marcharon cada uno por su
lado. Brad bajó a la sala para tomar algo que le sirviese de desayuno, mientras
Ami se arreglaba en su vestidor-armario y entablaba una conversación conmigo.
– ¿Pero tú ves normal las conversaciones que tenemos? Es
idiota.
– No te preocupes. Yo creo que en el fondo le caes muy bien.
– ¿Y por qué no lo demuestra?
– Ya sabes… chicos.
No pudimos evitarlo, las dos nos echamos a reír como locas y
tuvieron que pasar bastantes minutos hasta que se nos pasó la risa.
Luego, nos reunimos los cuatro abajo, y con paso decidido
fuimos a la torre de Zac algo intrigado por tanto misterio y urgencia.
– Chicos, habéis venido muy rápido. Bueno, pasad dentro.
Seguimos a Zac hasta su despacho, y con la mano nos hizo
ademán de que nos sentásemos en las diferentes sillas que estaban colocadas
delante del escritorio. No me traía muy buenos recuerdos esa habitación pero
cerré la boca y esperé a que empezase a hablar.
– Siento haberos llamado con tanta urgencia, pero el asunto
lo requería. Nos ha llegado la información de movimientos extraños en los
bosques que rodean la escuela. Empezaré desde un principio para que lo
entendáis.
Hace mucho tiempo, cuando los primeros directores de esta
escuela la dirigían, construyeron unos templos dedicados a su poder en el
corazón de cada bosque. Es tradición que los miembros de cada escuela de
elementos vayan a rendirles culto una vez al año. Pero no es época de hacer
visitas a dichos lugares, y se están dando a sus alrededores sucesos jamás
producidos; plantas exóticas y exuberantes, incendios en pleno bosque,
inundaciones o tener que prohibir la entrada a uno de los bosques por el fuerte
viento que lo azotaba, casi impidiendo permanecer de pie. Trevor y yo hemos
llegado al siguiente acuerdo, iremos a cada bosque con todos vosotros, ya que
sois los especiales podréis hacer algo más que nosotros.
Sacó un mapa de la estantería que situaba justo detrás de
las sillas y lo desplegó delante de nosotros y nos invitó a mirar. Me sorprendió
lo que vi. Era un mapa de la escuela dibujado desde el aire, era tal y cómo lo
había visto con mis propios ojos la noche anterior. Conocí por fin los nombres
de los cuatro bosques; Arrait, Oguef, Aqua y Eria. Nos dirigiríamos primero al
bosque de Arrait, situado justo en la parte trasera de la escuela limitando con
el bosque de Oguef.
Nos condujeron hasta el exterior y desde allí nos guiaron
por el enorme patio con forma de reloj de arena. Abrieron una puerta doble
cerca de la entrada principal dónde se situaba la recepción. Cuando vimos lo
que había dentro de la nueva sala los chicos y yo no pudimos evitar reír, nos
esperábamos otra cosa, algo diferente…
– ¿Un aparcamiento? – Preguntó Brad.
– Claro, sino… ¿Cómo creías que íbamos a llegar hasta nuestro
destino?
– No sé, Trevor. Nos esperábamos algo más mágico que unos
coches –. Le contestó Deborah.
Llegamos hasta un coche enorme, tanto, que cabíamos todos a
la perfección. Brad se quedó algo embelesado mirándolo. Zac y Trevor parecían
contentos con la reacción de él y le explicaron detenidamente el coche todas las aplicaciones que había en su
interior. Parecía realmente un coche muy caro y moderno, pero es que yo no
sabía nada de coches y Brad parecía un niño en el día de reyes. Las tres
pusimos los ojos en blanco porque estábamos perdiendo un tiempo precioso y todo
por un coche.
Los chicos parecieron recuperarse de su entusiasmo y por
fin, nos encaminamos al bosque de Arrait. Cuando llegamos, me quedé sin
palabras. Las copas de los árboles eran increíblemente altas y si mirabas más
allá de las tres filas de arbustos y plantas, no se veía absolutamente nada.
Definitivamente, ese no era el bosque que se veía desde mi terraza. Nos bajamos
del coche, y todos se disponían a entrar en la plantación. Cuando iba a cruzar
el umbral del bosque, sentí un terrible miedo, una vocecita en mi cabeza me
decía que no entrase, pero me mordí el labio y entré corriendo porque los demás
ya estaban a una distancia considerable.
– ¿Qué te pasa, Lena?
– Nada, Brad… ¿Tú sientes algo así como un terror
irracional?
– Qué va, me siento lleno de energía al estar rodeado de
tanta tierra.
La verdad es que a mí nunca me han gustado los bosques,
siempre me he sentido incómoda pero no cómo en aquel momento. Por cada paso que
dábamos, había más y más plantas, y no se podía ver el cielo porque estaba
tapado por esas enormes hojas que tendrían el mismo tamaño que un cuerpo
humano. Me sentía cómo en una jaula, quería correr en dirección contraria y
huir de aquel lugar.
Ya llevábamos caminando durante dos horas seguidas y yo ya
no podía más. Brad parecía realmente entusiasmado y los otros no parecían estar
exhaustos o cansados, como me pasaba a mí. Me empezaba a doler realmente la
cabeza y no podía concentrarme en casi nada, de modo que si sumamos mi
desconcentración y mi torpeza habitual, da de resultado un traspié con la rama
de un árbol. Para evitar caerme me agarré fuertemente de una rama por ahí
pasajera, pero realmente quién me salvo fue Zac, que se situó cerca de mí y me
cogió entre sus brazos. Cuando entré en contacto con él, todas mis fuerzas y
esperanzas de mantenerme en pie se esfumaron. Me encontraba en un estado entre
el sueño y la vigilia, podía enterarme de todo lo que pasaba pero era incapaz
de moverme.
– ¿Qué le pasa? – Ami parecía casi histérica, mi aspecto no
debía de ser nadabueno.
– ¡Debí de tenerlo en cuenta! ¡Mierda!
– ¡Zac! ¡¿Qué está pasando?! – Intentó averiguar Deborah.
– ¿Es que no os dais cuenta? Estamos en el bosque de Arrait,
el bosque dedicado al culto a la tierra. Y Lena es todo lo contrario, su don es
el Aire. Muchos alumnos pertenecientes a su casa, mostraban molestias al entrar
aquí pero claro, ellos solo cuentan con una parte del poder de Lena, y su sola
presencia aquí la está afectando mucho.
Noté como Zac ponía su mano en mi cabeza y cómo la retiraba
rápidamente.
– Está ardiendo –. Le oí decir.
– ¿Suspendemos la misión?
– No, Trevor. Esto ha sido culpa mía, así que me la llevaré
fuera de aquí y cuando se haya recuperado un poco, iremos al bosque de Eria, seguro
que se sentirá mucho mejor. Vosotros seguir con lo que habéis empezado, nos
volveremos a ver, llevamos los buscas.
– Está bien.
Lo próximo que sentí fue el contacto con las manos de Zac,
que me impulsaban hacía su espalda. No sé muy bien cómo lo hizo para llevarme a
en su espalda, pero quizás tenía algo que ver ese repentino olor a la arena de
la playa. Poco a poco mi cabeza se iba despejando y aunque todavía me sentía
terriblemente mareada esto ya era otra cosa.
– Lo siento… – Pude decir, y hasta que me respondió aún pasó
un largo rato.
– Tú no debes pedirme disculpas.
– Si, Zac. Siempre me meto en líos, me desmayo o caigo
enferma. Asúmelo, soy una completa carga. Déjame allí en el suelo, creo que
podré caminar. Incluso para eso necesito ayuda…
– Ni hablar. Tú te vienes conmigo, yo te llevo y punto.
Además, soy yo quién no pensó en las consecuencias.
– ¿Te das cuenta? Siempre que hablamos, discutimos de quién
fue la culpa, y los dos somos increíblemente tozudos.
Noté como el cuerpo de Zac se agitaba ligeramente y como de
su boca emanaba una dulce risa.
– No te rías… Hablo en serio…
– ¿Sabes? Eres diferente. Siempre ando liado y estresado por
los asuntos de la escuela, e incluso a Trevor le cuesta hacerme reír y sacarme
dos minutos de mi despacho. En cambio, tú, haces que pierda la noción del
tiempo.
– ¿Me lo tendría que tomar como un cumplido?
– Deberías. Además, ahora no estás en condiciones para
enfadarte conmigo.
– ¿A si? ¿Eso piensas?
Con más fuerzas de las que tenía, le di una patada en un costado.
(No muy fuerte…)
– ¡Au! ¡Encima que te llevo!
– Eres tú el que ha querido, yo iba a ir andando.
– Es verdad, me has pillado.
Ahora fui yo la que me eché a reír.
– Deberías reírte más a menudo, es un sonido agradable.
Siento que tengáis que pasar por todo esto, y que hayáis tenido tan poco tiempo
para acomodaros, controlar vuestros poderes…
– Pero eso no puedes controlarlo. Ya sé que somos algo
negados en cuanto a nuestros dones ahora mismo, pero mejoraremos, ya lo verás.
– Tú ya lo hiciste ayer, con lo de las alas.
– Pero aún me falta mucho camino, demasiado.
– No desistas y lo lograrás.
Nos pasamos el resto del camino de vuelta sin hablar, no nos
hacía falta. Al contrario que con la ida, este viaje se me pasó muy deprisa y
aun me resistía un poco a dejar de apoyar mi cabeza contra su espalda. Se
estaba tan bien…
Por fin vi el coche a lo lejos, y no pude contener un leve
suspiro. Tenía que separarme de Zac… otra vez, y creo que cada vez me costaba
más. ¿Me estaría enamorando? Muchas veces se me había pasado por la cabeza esta
idea, pero siempre la tachaba de loca e imposible, si no hace más que un par de
semanas que lo conozco… ¿O tal vez fueran las suficientes?
Él se puso al volante y me hizo ademán para que entrara. Me
coloqué a su lado, en el asiento del copiloto. Cómo otras tantas veces, no
paraba de pensar en lo poco que conocía de él, y eso hacía que tuviera en torno
así un aura de verdadero misterio. Aunque prefería no pensar en ello, era algo
deprimente.
Me acurruqué en mi sitio y miré por la ventana. Nos
encontrábamos muy cerca de la escuela, y se veía enorme, mucho más de lo que me
llegué a imaginar en un principio, y seguía decorada por esos dibujos
desconocidos para mí.
No hablamos en todo el trayecto, quizás fue porque me
encontraba totalmente mareada aunque intentaba no mostrarlo, no esta vez.
Odiaba parecer tan débil. Cuando llegamos, todos mis sentidos se despertaron,
fue una sensación única.
– Este es el bosque de Eria, dentro de él se encuentra el
templo del Aire.
Me quedé sin palabras, no era nada parecido al bosque
claustrofóbico de antes. Los árboles también eran muy altos, pero no tapaban el
cielo, sino que daba la sensación de que acariciaran el cielo.
Había un pequeño sendero que indicaba el camino. Otra
diferencia más con el otro lugar, en este bosque no tenías que abrirte paso
entre la maleza. Cuando pasamos la primera fila de árboles me sentí totalmente
viva, no sabría explicarlo… era cómo una paz interior que hacía que viera todo
con optimismo. Mis males se desvanecieron y me sentí otra vez ligera y fresca.
Aceleramos un poco el paso, aunque me hubiera encantado observar cada planta,
cada piedra del suelo... de aquel maravilloso lugar.
Aunque me encontraba al borde de la euforia, me dí cuenta de
que Zac no parecía tan entusiasmado cómo yo.
– ¿Estás bien?
Antes de responder me lanzó una de sus típicas sonrisas que
me derretían como un helado en pleno desierto.
– Creo que me pasa igual que a ti. Mi poder, aunque aquí es
considerado cómo un quinto elemento o un don muy importante, estoy
estrechamente relacionado con la línea de la tierra. Esto está empezando a ser
verdaderamente molesto, no sé cómo has podido aguantar tanto tiempo en el
bosque de Arrait, siendo tu poder directamente opuesto.
Ya sé que está mal, pero me hacía gracia pensar que no era
tan debilucha como pensaba, aunque fuera a costa de Zac. Seguimos avanzando
pero con un paso más lento, él me había ayudado antes y no me parecía bien
forzarlo a ir deprisa encontrándose mal.
Oía el murmullo de las hojas entonando una dulce canción y
la brisa veraniega me acariciaba la cara en señal de bienvenida. Y entonces lo vi,
fue solo de refilón, pero supe exactamente que había allí o quién. Las flores
del suelo iban tornándose doradas y desprendían una misteriosa luz. Poco a poco
vi más de su figura y Zac se percató de que algo ocurría. En ese mismo momento,
apareció Astor ante nosotros.
– Príncipe de las Arenas –. Dijo agachando la cabeza en
dirección a Zac en modo de saludo, y luego, se dirigió a mí –. Reina del Aire.
Os estaba esperando.
– ¿Astor? ¿De verdad eres tú?
– Claro que lo soy. Te lo dije en uno de nuestros encuentros
en tus sueños.
– Es que… es tan irreal tenerte delante de mí… Siempre tuve
la sensación de que solo eras parte de mi imaginación.
Astor me miraba con sus penetrantes ojos, y cualquiera se
habría sentido molesto pero en mi caso me tenía totalmente enganchada. Solo me
desconecté cuando retiró su mirada para dirigirla a mi acompañante, que estaba
arrodillado a mi lado.
– ¡Zac! ¡¿Qué te ocurre?!
Tenía una mueca en la cara y los ojos entrecerrados. De
todas las veces en que lo había visto
mal, ésta las superaba a todas. Puse mis manos en su cuello y le obligué a que
me mirara. El aire aparecía en torno a mis manos y refrescaba el reciente
rostro sudoroso de Zac. Consiguió abrir más los ojos ya más aliviado. Si me
había enganchado a los ojos del grifo, sus ojos celestes me hipnotizaban. Y sin
darnos demasiada cuenta nos quedamos así unos segundos, mirándonos. Mi corazón
había alcanzado una velocidad vertiginosa y por más que lo intentase no se
calmaba. Pensé que iba a estallar hasta que Astor pasó una de sus alas
alrededor nuestro, y a continuación, nuestros cabellos empezaron a juguetear
con el viento y su ala empezó a brillar, pero era una luz que no nos dañaba los
ojos aunque fuera tan potente.
Volví a mirar a Zac, él parecía tan o incluso más
sorprendido que yo. De repente, puso sus manos sobre las mías y tiró de ellas
acercándome a él. Sus ojos habían cambiado, ya no estaban desconcertados, sino
que miraban en todas direcciones intentando proteger algo.
– Tranquilo, solo he aliviado tu dolor, no pensaba hacerle
nada a Lena.
Ahora la verdadera sorprendida era yo. ¿Por qué Astor
querría hacerme algo malo? El grifo me miró y esbozó una leve sonrisa a la vez
que escuché en mi cabeza: <<Ya te contaré>>. Era igual que en mis
sueños.
Astor se alejaba y nos indicaba que le siguiéramos. Ayudé a
Zac a levantarse y empezamos a caminar, de vez en cuando le miraba de reojo
para asegurarme de que ya se encontraba bien.
Empecé a entablar una conversación con él para romper un
poco el silencioso en incómodo momento. Literalmente, hablé de lo primero que
se me ocurrió:
– Zac, ¿Eres un príncipe?
– Que yo sepa, no.
– ¿Entonces por qué te ha llamado así?
– No lo sé. Pero a ti también te ha llamado reina. ¿No
deberíamos de ser los dos iguales?
– ¿Molesto por tener un cargo inferior al mío?
– Que vá.
Me reí para mis adentros. Menuda conversación más tonta,
aunque me intrigaba un poco porque nos había llamado así. Y sobre lo de antes…
debo ser una persona verdaderamente ingenua o no me doy cuenta de las cosas.
Últimamente eso era una rutina, pero por lo menos esta vez algo me aclarará
Astor.
– No entiendo muy bien lo que está pasando. ¿Tú conocías a
Astor de antes? ¿Conocías la leyenda?
Y una vez más di un respingo al oírlo hablar, como siempre
me pasa, había desconectado.
– Yo llevo sin saber bien lo que pasa desde que llegué aquí.
Ahora solo me dejo llevar por las circunstancias. Espera… ¿Qué leyenda?
Y si era… ¿La leyenda del diario? ¡Es verdad! Tenía que
preguntarle, pero los acontecimientos me lo impidieron. Un rayo de esperanza se
iluminó dentro de mí.
– Si. Existen cuatro guardianes que protegen a los
portadores del “Don”: Aire, Fuego, Agua y Tierra. El protector del fuego es un
fénix, se dice que sus plumas están hechas de llamas, y es un ser de lo más
justiciero. Su nombre es Alcander.
En el caso de la tierra, es una gran osa de pelaje tan
oscuro como la noche, pero que brilla como la luz del día. Se llama Valquiria y
es la sabiduría personificada.
Para el agua, es una dragona elegante y alargada de un color
celeste. Aunque este no escupe fuego sino agua. Es el más compasivo de los
cuatro y adora todo lo vivo. Recibe el nombre de Oceana.
Y por último, está Astor. El grifo. Se dice que una sola
pluma suya puede dar tanta luz cómo el sol. Es conocedor de pasado, presente y
futuro.
Con ayuda de los otros tres, creó un amuleto para poder
viajar en el tiempo, pero ese objeto es solo una leyenda, igual que ellos.
Nunca pensé que eran de verdad.
– Veo que eres conocedor de la antigua historia –. Dijo
Astor.
– Era una historia que me contaron cuando era niño.
– Perdonad… ¿Y esa leyenda dice algo de una diosa o un
emperador?
Astor volvió a mirarme pero esta vez su mirada no parecía
tan amigable.
– ¿Cómo sabes que la leyenda esta relacionada con ellos? ¿Te
lo ha contado alguien?
– No, nadie.
– ¿No te referirás a los fundadores de la escuela? Pero no
se sabe nada de ellos, tan sólo que existieron.
Astor se acercó más a mí y me dijo con ojos desafiantes.
– Entonces… ¿Cómo sabes que hay una historia sobre ellos?
Mi cuerpo temblaba. ¿Por qué de había puesto así? Si no
había dicho nada malo… Y encontrando fuerzas que no tenía, intenté darle una
respuesta verdadera, porque si de algo estaba segura era de que mi guardián
sabría que mentía.
– Pues… cuándo llegué aquí… encontré un diario sobre el
escritorio de mi habitación, y sólo pude abrirlo usando mis poderes y contaba
un historia de amor sobre un emperador y una criada, que resultó ser una diosa.
Ella, cómo prueba de su amor le regaló un Reloj de Arena, pero un señor malvado
intentó quitárselo y al final, llegó a matar al emperador.
Tanto Zac cómo Astor me miraban con unos ojos muy grandes
cargados de sorpresa.
– Pero… si nosotros al prepararte la habitación no te
dejamos ningún diario –. Dijo Zac.
– ¿Eh? – Fue lo único que pude responder.
– Venid conmigo, ahora mismo éste ya no es un lugar seguro
para hablar.
Le seguimos sin poder evitar dejar de mirarle. Mis sueños se
habían hecho realidad y ante mí, caminaba un decidido Astor.
El grifo se detuvo y me miró con unos ojillos rebosantes de
luz, y con una de sus alas nos señaló el árbol más grande de la zona. Al
principio, no entendía lo que me quería decir pero Zac me dijo que mirase más
arriba y me quedé muda varios instantes.
Justo en la copa, se alzaba un enorme palacio dividido en
varias estancias situadas a lo largo de todo el árbol. Era increíblemente
blanco y desprendía miles de rayos de luz que simulaban el arco iris. Era
increíble, lo más bonito que había visto nunca.
– Bienvenidos al templo del Aire.
– ¿Y cómo subimos? – Preguntó un nervioso Zac.
– Lena puede subir volando y tú… ¿Te atreverías a subirte a
mi lomo?
Zac tragó saliva y asintió, no las tenía todas consigo pero
aún así se hizo el valiente. Yo, por el contrario tenía muchas ganas de volver
a volar, así que me concentré y cerré los ojos. Las alas de cristal volvieron a
salir de mi espalda y me elevé unos metros del suelo hasta volver a abrirlos.
Astor ya estaba a mi lado y Zac se agarraba a su lomo como podía, no todos los
días vuelas encima de un grifo de leyenda.
Aterrizamos sobre una de las plataformas más cercanas,
realmente estaba más alto de lo que parecía. Plegué mis alas y ayudé a Zac a
bajar, tenía mala cara. Astor movió una vez más una de sus alas y la puerta
principal se abrió. Lo que antes me había parecido un montón de luces, pude ver
lo que realmente eran, el palacio estaba formado por miles de cristalitos que
reflejaban la luz del sol y daban lugar a toda esa combinación de colores. Ese
lugar desprendía un aura mágica.
Entramos dentro y la puerta se cerró detrás de nosotros. Si
el exterior era increíble imaginaros el interior. Algunos rayos de sol
atravesaban los cristales y daban luz al lugar, además que desde el interior
podías ver a través de la pared, cosa que desde fuera no sucedía. No había
muebles pero si un pequeño santuario en mitad de la estancia.
– Ya estamos seguros –. Dijo Astor –. Si ellos no te
pusieron el diario… Esto tiene muy mala pinta… Otra persona se lo dejó ahí,
alguien que sabía que solo Lena podía abrirlo y leerlo. Jugamos con ventaja, la
persona que te lo dejó no pudo saber lo que ponía dentro. ¿Había alguna
anotación además de la historia?
– Si… Decía: “Ahora completo este diario porque será esencial para aquella persona
que lo lea, ya que resolverá muchas preguntas. Pero le pido al que lea esto que
se sepa que Tai no murió de una enfermedad sino que fue asesinado. Y también le
de deseo suerte al lector porque su destino ya está escrito.”
– Y últimamente están pasando cosas muy extrañas en la
escuela, por eso desperté de mi letargo sueño, es la primera vez que estoy
delante de un elegido del Aire, eso quiere decir que el poder de Lena es mucho
mayor que el de resto de elegidos anteriormente. Además es muy inusual que los
cuatro dones aparezcan a la vez, nunca se ha dado este caso.
– Entonces no es ninguna casualidad –. Dedució Zac –. Pero
la escuela está siempre protegida por los leones. ¡Es imposible que alguien
entrase y no nos diéramos cuenta! Además, en la torre sólo pueden entrar
alumnos ya registrados.
– Entonces, es alguien del interior.
No me estaba dando cuenta de nada. ¿Pero qué decían? ¿Tan
grave era un simple diario?
– ¿Crees que ese alguien quiere hacer daño a Lena?
– Creo que sí, Zac. Y eso es lo que más me preocupa.
– ¿Y por qué querrían hacerme algo? ¡Si yo no le he hecho
nada a nadie!
Me miraron con cara de pena, pero estaba empezando a
angustiarme, hasta ahora todo había ido más o menos bien, todo parecía un
bonito cuento de hadas y nunca habría imaginado esta fabulosa aventura pudiese
acabar mal. Cómo siempre, me había pasado de ingenua.
Zac se acercó a mí y puso una de sus manos en mi hombro
derecho, el solo contacto con él hizo estremecerme aunque me mantuve tan firme
cómo pude dadas las circunstancias.
– No siempre tienes que hacer algo para que te ocurra.
– Pero…
– Lo mejor será que pensemos una solución, sin dar
demasiadas pistas de que sabemos que algo va mal –. Dijo Astor.
– ¿Y los otros tres? ¿Están en peligro también?
La pregunta de Zac me traumatizó, y si… ¿Ami estaba en
peligro? ¡Ella conocía la historia del diario! No podría vivir con esa duda.
– No, sólo Lena. Si ella se encontró el diario y sólo ella
pudo abrirlo… eso significa que… bueno, da igual.
– ¿Qué significa? –. Pregunté desesperada.
– Absolutamente, nada. Pero hasta que encontremos una
solución te quedarás en este palacio y no saldrás bajo ninguna circunstancia.
Apreté los puños con fuerza y suspiré varias veces antes de
soltar todo lo que llevaba dentro:
– ¡Astor! ¡No puedes hacerme esto! Tú sabes lo mucho que
odio estar encerrada, me siento cómo un pájaro en una jaula, no podré
soportarlo. Es que… ¡Estoy harta! ¿Sólo soy un objeto o qué? Desde que vine
aquí sólo me han hecho cumplir órdenes, y sé defenderme solita… ¿Os recuerdo el
suceso del dragón o cuándo Deborah casi se ahoga en la piscina? ¡Quiero que me
expliquéis la gravedad de la situación, qué ya soy mayorcita! Qué lo único que
sé de este extraño lugar lo he averiguado por mi cuenta, ya sea por encuentros
no afortunados o por sueños que se volvían reales.
Y dejándoles con la palabra en la boca, me marché por uno de
los pasillos de palacio, no sabía dónde llegaría pero cualquier cosa sería
mejor que estar en esa habitación.
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