Capítulo 11: Querer y no
poder.
No quise preocuparme demasiado, ni darle demasiadas vueltas,
así que me preparé para otro día de escuela. Así fue igual durante toda la
semana, tenía la pesadilla y me despertaba, sin poder volver a dormirme. Quizás
sería una buena idea hablar con mi guardián, aunque no sé si él querrá hablar
conmigo tras esas cosas horribles que le grité.
días se centraban en ir de la torre a clase, de clase a la
torre… Así sucesivamente. Incluso buscaba planos de Egipto y sus principales
monumentos, lugares… por si en alguna foto salían las ruinas de mi sueño. Esa
pesadilla empezaba a atormentarme de verdad.
Hoy me había despertado de nuevo con esos sudores fríos que
surcaban mi espalda, era como si quisieran avisarme de un peligro cercano.
Había tenido clase de especialización con Zac, y mi corazón daba un vuelco cada
vez lo veía. Normalmente mis pulsaciones se aumentaban cuando me acerco a él
pero desde la pesadilla me cuesta relajarme.
Habían terminado las clases y yo había subido a la azotea de
mi torre para probar una cosa. Miré al cielo y grité lo más fuerte que pude el
nombre de Astor, y no tardó mucho tiempo en aparecer.
– ¿Me
llamaste?
Parecía insensible a todo, y esos ojos que me mostraron
compasión una vez ahora estaban fríos, muy fríos.
– Sí,
quiero hablar contigo.
– Pues
empieza.
– Quiero
hablar bien, primero tenemos que solucionar nuestros problemas, sino… nada me
asegura que vayas a ser objetivo.
–
Está bien. Tienes que saber que el poder que te estaba acechando es más fuerte
que ninguno de nosotros, y que las rabietas de niña no solucionan nada.
–
Y tú, como mi guardián tendrías que haber sabido que encerrarme era una pésima
idea.
–
Pero no teníamos ninguna mejor.
–
Hagamos borrón y cuenta nueva. Finjamos que yo nunca te grité y tú nunca
abusaste de mi libertad. Mantengámonos unidos, portadora y guardián.
–
Acepto.
Entonces fue cuando el águila recobró su forma de grifo. Nos
fundimos en un abrazo, y ahora que volvíamos a estar unidos nos sentíamos más fuertes
que nunca.
Le conté mi sueño y lo muchísimo que me aterraba. Él escuchó
cada palabra, observaba cada gesto que yo ofrecía, lo examinó todo.
– ¿Crees
que se puede tratar de un sueño premonitorio? ¿Cómo el que tuve contigo? -. Le
pregunté.
– No lo sé, incluso yo que
he visto el pasado, presente y futuro, no he tenido visiones de nada parecido,
pero tú tienes ese don más desarrollado que yo, porque los guardianes somos un
reflejo de lo que sois vosotros, somos cómo una extensión de un brazo, igual de
poderosos… Estamos para que vuestro poder sea más fuerte, ya que es cómo si
vuestro “Don” se multiplicará por dos.
–
¿Soluciones?
–
Ninguna.
–
¿Deberíamos contárselo a Zac?
–
No, hasta que no estemos seguros es mejor no decirle
nada, podría obsesionarse.
–
Está bien.
–
Por cierto el pájaro te está buscando.
–
¿El pájaro?
–
Altair significa “pájaro”. Le queda bien a alguien que
sabe volar.
Me despedí de Astor con esa curiosidad en mi cabeza, tenía
que preguntarle a Altair si lo sabía. Bajé volando de la azotea hasta el suelo,
y enseguida lo vi.
–
¡Llevo
horas buscándote! ¡Ya era hora que aparecieras!
–
Lo
siento… Estaba investigando un poco…
–
Bueno,
da igual. Tengo el campo de entrenamiento para ti, Zoe y yo. ¿Te vienes?
–
Claro.
Llegamos pronto, y me daba la impresión de que sabría llegar
hasta allí sin problemas, iba conociendo un poco mejor la escuela por dentro.
Altair, como siempre, quiso hacer una demostración de vuelo
para intentar impresionar a Zoe, seguía teniendo esa pinta de creído como
cuándo lo conocí, este chico no cambia. Zoe y yo nos reíamos cuando se giraba
para vernos y presumir y al final se daba contra el muro. Tenía que
perfeccionarlo. Nos enseñó a relajarnos y a sentirnos una con el aire, teníamos
que visualizar el lugar dónde queríamos llegar y desearlo con mucha intensidad.
Lo malo del teletransporte es que tenías que haber visto antes el lugar de
llegada con tus propios ojos.
Cuando ya acabamos agotados decidimos charlar un poco, y
hablamos de el nombre de él, si él sabía que significaba “pájaro”, y nos dijo
que sí y que estaba muy orgulloso de ello. Sus padres sí que habían tenido ojo
para elegirle el nombre, parecía que el destino lo había querido así.
Ese día conseguí dormirme temprano aunque me podían los
nervios por el acontecimiento que se cernía mañana, no sé si después de todo lo
que había pasado estaba lista para celebraciones. Volví a despertarme minutos
antes del amanecer y repetí mi rutina diaria, mi baño, mi vestuario… Ese día
vestí una camiseta sencilla de tirantes y unos vaqueros con sandalias.
Bajé al salón para seguir con mi rutina, mi cuenco de
cereales ahora con una tila, pero antes de poder hacer nada mis amigos me
dieron un susto mortal.
– ¡¡Felicidades!!
–. Me
dijeron los tres al unísono.
– Pero…
¿Cómo sabéis que mi cumpleaños es hoy?
– Un
pajarillo nos lo contó.
– Altair.
¿No?
– No
es justo jugar a las adivinanzas con una adivina –. Me dijo Brad.
– Tendréis
que acostumbraros –.
Dije entre risas tras el enorme abrazo que recibí de cada uno.
Me regalaron entre los tres una cajita de música. Era
preciosa, de ébano y flores de plata intrincadas en el cierre y la tapa. La
abrí con cuidado y le di vueltas con una pequeña llave que me dieron la cual
coloqué como adorno en mi pulsera-arma. El sonido que emanaba de la cajita me
embriagaba y me relajaba, era lo que más necesitaba en estos momentos.
– Muchísimas gracias, me encanta
–. Les dije tras una gran sonrisa.
Ese día no había clase y tenía todo el día para mí, pero no
me apetecía pasarme el día investigando… Hoy tendría un merecido descanso.
Mis amigos me taparon los ojos con una venda y me guiaron a
tientas vete a saber dónde. Notaba como la hierba del patio escolar me rozaba
los pies y cómo olía el ambiente, ese olor empezó a ser cada vez más fuerte,
olía maravillosamente bien. Me dejaron los ojos al descubierto y me permitieron
abrirlos. Me encontraba en la sala del principio, la que dio origen a esa
aventura. Los tapices en las paredes, la luz de las ventanas, el retrato de una
mujer hermosa estaba ante mí, era lo primero que había visto en mi llegada a
Egipto. Tenía la sensación que la chica del cuadro era Isis, la diosa que
tantos problemas me había causado últimamente.
Por lo demás, había un puñado de gente en la habitación en
el que se encontraban caras conocidas: Altair, que me dio un beso en la
mejilla, Zoe, Sylvain, Kevin, Lan, Sara, Trevor, Judith, Savannah, John… Y por
último, Zac.
Recibí una felicitación por parte de cada uno de ellos y me
dijeron que tenían una sorpresa para mí. Pronto habría un montón de luces en el
techo que formarían palabras de felicitación de cada uno de ellos, eran cómo
dedicatorias pero de forma muy mágica. Me ofrecieron regalos a los que yo me
puse empeñada en no recibir porque no tendrían que haberse molestado, pero al
final vencieron ellos y al final, acabé abordada por los regalos. Incluso me
emocioné por haberme montado esa fiesta, pero aun quedaban dos regalos que eran
los que más ilusión me hacían. Altair me regaló una bola de cristal, me dijo
que si pensaba en una pregunta la bola me respondería sí o no, podía
preguntarle sobre todo, también sobre el futuro. Me iba a servir de maravilla
para ordenar mis ideas y averiguar muchas cosas más. El último regalo fue el
más esperado, el de Zac, pero él quería dármelo en privado. Les dijo a las
personas de la sala que ahora volvíamos, salvo los refunfuños de Altair nadie
puso objeción.
Zac me cogió de la mano y me llevó por ese interminable
pasillo, se paró en frente de la pared y abrió una cerradura secreta con su
poder de arena. Era una sala pequeña pero la más increíble que había visto, era
pura magia. Era una especie de invernadero, de altos techos acristalados y
acariciados por las plantas que trepaban buscando la luz. En el centro de la
sala había una pequeña fuente sobre una especie de escalón. Nos sentamos ahí y
me dijo que ese era su lugar favorito para pensar y que quería compartirlo
conmigo cómo regalo de cumpleaños, nunca nadie había estado allí aparte de él.
Me encantó que fuera la primera, y que él hubiese confiado en mí para llevarme
a ese lugar tan maravilloso.
– Puedes
venir siempre que quieras, es un buen sitio para recapacitar.
– Muchas
gracias, Zac. Me encanta.
– Pero
tengo otro regalo. Date la vuelta.
Me di la vuelta cómo me pidió y pronto noté en mi cuello
como Zac me ponía un colgante. Era la clave de sol que simbolizaba a mi rama
con un pequeño diamante incrustado en el centro. Me giré abrumada y mirándole
con ojos como platos.
– Te
ha debido de costar un dineral… No sé si debo aceptarlo…
– Acéptalo
por favor –.
Me dijo con una gran sonrisa –. Te pido algo a cambio por quedártelo.
– Dime.
– Que
no le cuentes a nadie dónde está este lugar ni lo que ha pasado en él.
¿Prometido?
– Prometido.
Entonces fue cuando se acercó a mí y me besó. Mi corazón
casi sale de mi cuerpo y toda yo temblaba. Si me había quedado perpleja por lo
que me había regalado ahora estaba totalmente alucinada, le miraba pidiendo
explicación pero Zac solo se limitó a sonreír y a marcharse. ¿Qué narices había
pasado? ¿No lo habría soñado? Me pellizqué por si las dudas, ya ahora tenía una
marca de pellizco y unos mofletes sonrojados.
Intenté volver lo más serena posible a la fiesta, aunque se
debía de notar demasiado que me había pasado algo.
– Lena…
¿Estás bien? –.
Me preguntó Altair.
–Si…
Perfectamente.
Las horas fueron pasando y yo estaba despistadísima. Me
sentía cómo en una nube o con los nervios previos que se tienen antes de
subirse a un avión. Trajeron un banquete a la hora de comer con mis platos
favoritos y todo estaba riquísimo aunque no me estaba enterando muy bien de lo
que masticaba. Cuando acabó la comida empezó la música y con ello los bailes,
los juegos… No sé si siempre ganaba por mi tremenda suerte (siempre he tenido
mucha aunque últimamente me lo replanteo), o porque me dejaban ganar por ser mi
cumpleaños.
Después Altair quería llevarme fuera de la sala un momento
para contarme algo que había descubierto hace poco.
– Bien…
¿Qué es lo que me quieres contar, Altair?
– Bueno,
lo del descubrimiento era una excusa para sacarte de allí, pero si que quiero
decirte algo.
– Pues
dime.
– Me
gustas.
A tomar por saco mi suerte. ¡¿Pero qué pasaba hoy?! ¿Se
habían puesto todos de acuerdo para volverme loca? ¿Habría oído bien? Por si
las moscas pregunté.
– ¿Perdón?
– Que
me gustas, Lena. Me encanta cuando te ríes o cuando me miras con tus ojos
azules… te quiero en todo momento.
–
Em… a ver… ¿Cómo decir esto?
Me puse seria y tomé aire. Ya tenía claras las palabras que
le iba a decir, y sabía que no me equivocaba.
– Altair,
yo también te quiero… pero cómo un amigo, mi mejor amigo. Contigo me siento muy
cómoda y todo es mucho más fácil, pero… tengo un presentimiento contigo, soy
algo pasajero, la persona a la que realmente amarás está en esa sala y no soy
yo. Lo siento.
Entonces hizo como Zac unas horas antes, se acercó a mí y me
plantó un beso en los labios.
–Por lo menos lo he intentado… Gracias, Lena, quería
llevarme por lo menos este recuerdo de ti. Odio cuando tienes esos
presentimientos porque siempre se acaban cumpliendo.
Me dejé caer en el suelo, me costaba mantenerme de pie,
aunque Altair ya se había marchado. Mi cabeza un completo lío y estaba dudando
incluso de mi nombre. ¿Por qué me trataban así? No soy ningún muñeco que besar…
a lo tonto me habían robado el primer beso, ese que esperaba con tanta ilusión
y romanticismo.
Me levanté poco a poco, sin poder evitar un pequeño mareo.
Me puse erguida y llamé a mi elemento para que me diera fuerzas de alguna
forma. La brisa que se había generado en el pasillo ayudaba, pero no del todo.
Tanteé la pared hasta chocar con el pomo de la puerta, tomé
aire y cerré los ojos para abrirla. Volvía a estar en la fiesta de cumpleaños
más rara de toda mi vida, y no me encontraba muy bien. Me senté en una silla,
en un rincón, mientras veía cómo los demás disfrutaban de la velada. No tuvo que
pasar mucho tiempo hasta que Brad se acurrucó a mi lado y me pusiera la mano en
la rodilla en señal de apoyo. Él no sabía lo que me pasaba pero si sabía que
algo no iba bien. Me cogió de la mano y me sacó a la pista de baile, según él
así se me pasarían las penas a mayor velocidad.
Fue al contrario, vi una especie de sombras salir de las
paredes pero parecía que nadie se daba cuenta, esas sombras se acercaban más a
mí, cada vez las tenía más cerca, hasta que no pude más y grité. Caí de bruces
al suelo y un fuerte dolor se adueñó de mi cabeza, ya no veía lo que pasaba a
mi alrededor todo se volvía negro y no podía parar de gritar. De repente mi
pesadilla se convirtió en una especie de realidad, yo me veía gritar hacía Zac
e intentar cogerlo sin resultados, hasta que él caía gritando mi nombre. Me
centré en el rostro de Dyaus, estaba segura de que era él pero su rostro era
joven, las sombras le tapaban media cara y yo no podía distinguir más.
Después, volví a la realidad. Mis amigos estaban en torno a
mí preocupados y yo no podía parar de llorar. La situación me superaba.
Entonces vi a Zac y lo único que pude hacer fue agarrarle con fuerza y
abrazarlo cómo nunca, me daba la impresión de que se desvanecería en cualquier
momento, me daba igual lo que habían pasado unas horas atrás, solo sabía que
Zac no podía irse de mi lado. Él me cogió en brazos y me llevó a uno de los
sillones. Altair hizo que la gente saliese de la sala excepto los más
allegados, y pronto tuve a mi guardián a mi lado.
- - Lena…
-. Me decía Astor mientras soplaba un fresco aire sobre mi cara entumecida -.
¿Te acuerdas que te dije que no estaba seguro de si tu pesadilla era real? Pues
puedo decirte que lo es, acabas de tener tu primera visión.
Me dieron un vaso de agua que rechacé, sólo
podía esconder la cabeza entre las piernas mientras sollozaba, no podía más.
Astor les contó toda la historia a los que no la sabían y yo notaba que cada
palabra eran puñales clavados a mi espalda, desde la diosa hasta que se habían
reunido los guardianes. También dijo que si alguno de los presentes era culpable
de trabajar con Dyaus o con cualquier persona de la que se podía desconfiar yo
lo habría notado y no me habría producido buenas sensaciones, porque yo tenía
una especie de instinto natural. Se esperaba demasiado de mí.
Ya no podía montar ni siquiera una frase con
sentido en mi cabeza y todo me daba vueltas. Solo sé que no me encontraba bien
y necesitaba algo con urgencia donde poder vomitar. Al final me dieron una
bolsa.
Se ve que
los poderes curativos se tienen en dos dones, agua y aire, el agua curaba heridas
más profundas mientras que el aire curaba más superficialmente, así que Ami
movió gotitas de agua sobre mi cuerpo haciendo que mis músculos se relajasen.
Mientras notaba que mi cuerpo se relajaba, mi mente no podía estar más confusa,
me sentía desorientada y la situación me podía. Que la muerte de Zac fuese algo
tan palpable me asustaba y provocaba las lágrimas que caían de forma
desmesurada por mi rostro.
Astor tomó su verdadera forma y me iluminó con
una de sus alas. Los sentimientos y sensaciones que sentía fueron ordenándose
lentamente en mi cerebro, mientras mi cuerpo iba llenándose de nueva energía.
No podía comportarme de esta manera. ¿Qué pasaría con Zac? Él tenía más motivos
para llorar que yo, pero… ¿Cómo contarle que su destino ya estaba escrito? Era
un tema un algo difícil de tratar.
Aunque intentaba aparentar firmeza y seguridad,
me sentía tan asustada que si tuviese la opción saldría ahora mismo de ese
lugar corriendo.
Con una voz algo temblorosa pedí salir a tomar
un poco de aire. Tras dudar unos instantes me permitieron salir, pero
acompañada. Justo la persona que primero se había ofrecido fue un rubio de ojos
celestes. Mis pies dudaban al caminar, y a mi cuerpo le costaba mantenerse en
equilibrio, así que sin muchos ánimos opté en apoyarme en Zac y que el que
dirigiera el rumbo fuera él. Caminábamos por el pasillo en absoluto silencio,
ya me era bastante complicado mantenerme en pie como para intentar llevar a
cabo una conversación normal.
Cuando Zac abrió la puerta y me permitió salir
al exterior me relajé considerablemente. El viento que hacía se comportó como
un fiel amigo y acudió hasta mí para darme fuerza. Sonreí cuando sentí el aire
jugar con mis cabellos, y me senté lentamente sobre la hierba.
-
¿Estás
mejor? -. Dijo Zac cogiéndome la mano izquierda con delicadeza.
-
Si…
Es que hoy me han pasado demasiadas cosas.
Esperaba algún tipo de reacción por su lado pero
se limitó a mirarme con esos ojos que hacían que toda yo me estremeciera.
-
¿Qué
viste que te atormentara de esta manera?
Se acabó. Ni el viento podría darme todas las
fuerzas necesarias para afrontar ese momento. Empecé a derrumbarme y estallé en
nuevas lágrimas.
Siempre había querido ser más fuerte, pero
siempre acaba siendo una sensiblona. Había intentado ser independiente pero me
daba cuenta que no podía estar más de dos días sin las personas que aprecio, y
soy tan simple que siempre necesito contarle mis problemas a alguien.
No quería que Zac me viese así, pero no podía
huir… ya no.
-
Eh…
no llores. Si no quieres no estás obligada a contármelo.
-
Sí
que lo estoy, sí que lo es… -. Me quebró la voz, ya no podía con la presión.
Se limitó a abrazarme y a darme ánimos.
-Lo siento… Fue egoísta por mi parte pedirte el
favor de antes.
Hablaba del beso… Cierto. Zac me había besado.
En mi cabeza sonaba muy ilógico y solo hacía que mi dolor en la sien aumentara.
Después del beso había sentido un cosquilleo en el estómago que había ascendido
hasta estancarse en mi garganta. Finalmente, me había enamorado de Zac. Me
había enamorado de un chico del que había visto su propia muerte… Ay… El dolor
en la sien seguía allí.
-
Venga,
cuéntamelo todo pausadamente y si en algún momento no puedes continuar,
aférrate a mí y llora todo lo que quieras.
Lo miré directamente a los ojos y encontré
sinceridad. Así que iba a contárselo, casi hubiera preferido una visita al
dentista antes de enfrentarme a eso. Le cogí de las manos y tragué saliva.
<<Venga Lena>>, me repetía a mi misma una vez tras otra.
-
Verás…Zac
-. Me limpié las últimas lágrimas -. Al principio me encontraba en una especie
de cápsula oscura, la cual conseguí destruir y ante mí apareciste tú y Dyaus.
Ambos luchabais uno contra otro. Luego… -. Tragué saliva y me apoyé un poco en
él -. Tú te percatabas de mi presencia y corrías hacía mí, para protegerme,
pero tu contrincante abrió unas grietas en el suelo y tu caíste en su interior,
aunque conseguí agarrarte la mano antes de que ocurriera una fatalidad. No sé
por qué no puedo utilizar mis poderes y no tengo la suficiente fuerza para
subirte, así que me dices adiós, te desprendes de mi mano y caes al vacío
gritando mi nombre.
Observé su mirada perdida, sus manos nerviosas y
su tez pálida. ¿Por qué tuve que tener esa visión fatal? ¡No había manera de
evitarlo! Menudo regalo de cumpleaños, mejor imposible.
Me peiné nerviosa mis cabellos, el silencio cada
vez era más opresor y mi corazón latía con tanta fuerza que iba a salirse de mi
pecho. Las lágrimas volvían y me impulsaban a llorar cada vez más. Yo quería a
Zac, lo tenía claro en esos momentos pero el destino me decía que lo nuestro
era imposible, si estaba con él se produciría una muerte pero si lo dejaba
escapar, jamás podría disfrutar del amor intenso que sentía.
Me atreví a mirarle de nuevo y el alma se me
cayó a los pies. Ahora, él estaba sentado en la hierba arrancando todas las
hojas que podía. Estaba de espaldas a mí, y podría casi asegurar que estaba
llorando. Lo que pasó después fue un impulso, me levanté y fui hacía donde
estaba él, y mirándolo firmemente a los ojos lo abracé y le di un beso en los
labios. Él se aferró a mí y me devolvió el beso, nos transmitíamos tantas cosas
en esos momentos… furia por no poder hacer nada, tristeza porque nos iban a
arrebatar algo importante para los dos… lo sentíamos todo.
Nos quedamos abrazados un rato, mientras yo lo
oía llorar y hasta que vino Ami asustada a buscarnos, supongo que habría notado
la cantidad de emociones que estábamos viviendo ambos. La veía llorar
disimuladamente y pronto nuestra comitiva de amigos también nos observaba.
Ellos no sabían nada de los besos, ni de que Zac moriría, pero notaban con
claridad algo tétrico.
Muy a mi pesar, Zac se desprendió de mis brazos
y decidió contarles mi visión al resto. Imitó mis palabras y mis dudas. Al oír
la historia de su propia boca me alarmó más y mis nervios cada vez se hacían
más notables. Sin darme mucha cuenta de lo que ocurría a mi alrededor, sentí a
Deborah y Ami abrazarme y llorar como descosidas, a Trevor abrazando a su mejor
amigo y susurrándole cosas que sólo ellos dos sabrían.
Me dolía toda la escena que estábamos montando,
y decidí ponerle fin. Me sequé mis lágrimas y me mostré serena, borré cualquier
tipo de emoción en mi mirada y anuncié:
-
Da
igual lo que yo haya visto, porque si de algo me siento segura es que podemos
cambiar el futuro por muy real que éste me parezca. Siempre hay una nueva
historia que vivir y esta vez la vamos a escribir nosotros. Salimos Zac y yo en
la visión, así que hasta que no vea algo diferente no estaremos juntos ni
solos. Además, nuestras clases deberán aumentar de nivel y nos tendréis que
enseñar a luchar. Sobre todo a mí bajo tierra.
Mis palabras fuertes y seguras parecieron calmar
el ambiente. A Sara se le ocurrió una idea que podría sernos bastante útil. Se
trataba de una especie de prueba, jugaríamos Ami, Brad, Deborah, Trevor, Zac y
yo. Nos dividiríamos en buscador y protector, el primero se encargaría de
encontrar un medallón que los superiores esconderían, y el protector de cuidar
a su buscador de cualquier ataque. Sara y superiores se encargarían de montar el
lugar de búsqueda, y el lugar contaría de un solo refugio, el primer grupo que
lo encontrase se lo quedaba. Tardarían un par de semanas en montarlo todo, y
sería un buen lugar donde probar nuestras habilidades.
Decreté que me parecía buena idea, y que la
fiesta había terminado, no me apetecía celebrar nada en esos momentos.
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